Su vida nos marca un surco y su muerte nos alecciona con ejemplo revolucionario y crístico y nos compromete
Hablar de fe resulta un problema y más cuando este concepto ha estado acaparado por las religiones y sus creencias. Se ha llegado a confundir fe con la visión mágica de la realidad, en pensar que las cosas vienen de arriba por designio o voluntad divina.
La persona de fe no es necesariamente una persona de creencias. La persona de fe es aquella que descubre su compromiso y su vocación a la santidad como trabajo y esfuerzo constante por la construcción de realidades de justicia y por desmantelar la opresión y a los opresores. El santo es el justo y santidad es justicia. La santidad no es evasión de la realidad ni mucho menos puritanismo y jamás moralismo.
La fe es una experiencia contemplativa desde la praxis en la realidad histórica y entendiendo que la historia es una lucha permanente y constante entre opuestos y antagónicos. En tal sentido la fe nos mueve a tomar posición ante esa lucha, a identificarnos con uno de esos grupos adversarios. La fe en el Dios de Jesucristo nos sumerge en una opción por los oprimidos, pobres, excluidos y por nuestro hermanos en situación de vulnerabilidad. La fe en el Dios vivo es asumir e internalizar el programa de gobierno del reinado de Jesús el Nazareno: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a sanar a los corazones heridos, a pregonar libertad a los presos, a devolver luz a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año de Gracia del Señor” (Lucas 4, 18-19).
Hugo Chávez, como hombre de fe en el Dios Libertador entendió que la vivencia de ésta, es una profunda y radical entrega por los demás y por el proyecto colectivo e histórico. Nuestro Chávez se arrojó y se abandonó en el soplo del Espíritu del Señor. Él comprendió que la materia produce ideas preñadas de buenas noticias a los pobres cuando las reivindicaciones se alcanzan en el buen vivir.
Las palabras y la persona de Chávez fueron y siguen siendo instrumento de sanación integral porque sus programas y líneas de gobierno dan respuesta a las necesidades totales de la gente: se cura el cuerpo y la enfermedad y se regresa la esperanza perdida.
En el Nuevo Testamento el Amor es mostrado como entrega al restearse por el prójimo hasta las últimas consecuencias: la muerte oblativa por la causa. En Cristo-Jesús se sintetiza esa dimensión del amor teologal. Pero la muerte oblativa no es en vano porque produce resurrección que avanza hacia las utopías.
Chávez fue profundizando en su conciencia, su papel de guía y de avivador para la resurrección de los sueños y anhelos sencillos y grandes, nobles y necesarios de los pueblos. Su vida nos marca un surco y su muerte nos alecciona con ejemplo revolucionario y crístico y nos compromete -desde la nostalgia por su ausencia física- a continuar creciendo, inventando y volando en función de asaltar al cielo para los pobres, pero aquí en la tierra.
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